Liturgia de las horas

Oficio de Lecturas

Se celebra el segundo domingo de mayo

Ant. 1. Has salido, oh Madre, para salvar a tu pueblo. Aleluya.

Salmo 23
ENTRADA SOLEMNE DE DIOS EN SU TEMPLO
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que como hombre sube al cielo (S. Ireneo).

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
 
— ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
 
— El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
 
— Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
 
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
 
— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
       
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
 
— ¿Quién es ese Rey de la gloria?
— El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

Ant. Has salido, oh Madre, para salvar a tu pueblo. Aleluya.

Ant. 2. Yo congregaré a los afligidos, porque son tuyos, oh hija de Sión. Aleluya.

Salmo 45
DIOS, REFUGIO Y FORTALEZA DE SU PUEBLO

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.
 
Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar.
 
Que hiervan y bramen sus olas,
que sacudan a los montes con su furia:
 
el Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
 
El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.
 
Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios lo socorre al despuntar la aurora.
 
Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan;
pero él lanza su trueno, y se tambalea la tierra.
 
El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
 
Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra:
 
Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,
rompe los arcos, quiebra las lanzas,
prende fuego a los escudos.
 
"Rendíos, reconoced que yo soy Dios:
más alto que los pueblos,
más alto que la tierra".
 
El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Ant. Yo congregaré a los afligidos, porque son tuyos, oh hija de Sión. Aleluya.

Ant. 3. Se dirá de Sión: «Uno por uno todos han nacido en ella» Aleluya.

Salmo 86
HIMNO A JERUSALÉN, MADRE DE TODOS LOS PUEBLOS

Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.
 
¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!
"Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes
han nacido allí".
 
Se dirá de Sión: "uno por uno
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado".
 
El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
"Éste ha nacido allí".
Y cantarán mientras danzan:
"Todas mis fuerzas están en ti".

Ant. Se dirá de Sión: «Uno por uno todos han nacido en ella». Aleluya.

VERSÍCULO

V. Bendita eres, Virgen María. Aleluya.
R. Porque nos diste al Autor de la vida. Aleluya.

PRIMERA LECTURA

De la carta del Apóstol san Pablo a los Gálatas 3,22—4,7
POR LA FE SOMOS HIJOS Y HEREDEROS DE DIOS

Hermanos: La Escritura presenta al mundo entero prisionero del pecado, para que lo prometido se dé por la fe en Jesucristo a todo el que cree.
Antes de que llegara la fe, estábamos prisioneros, custodiados por la ley, esperando que la fe se revelase. Así, la ley fue nuestro pedagogo hasta que llegara Cristo y Dios nos justificara por la fe. Una vez que la fe ha llegado, ya no estamos sometidos al pedagogo, porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús.
Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y, si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos de la promesa.
Quiero decir: mientras el heredero es menor de edad, en nada se diferencia de un esclavo, pues, aunque es dueño de todo, lo tienen bajo tutores y procuradores, hasta la fecha fijada por su padre. Igual nosotros, cuando éramos menores estábamos esclavizados por lo elemental del mundo. Pero, cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.
Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abbá!» (Padre). Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y, si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.

RESPONSORIO Cf. Gal 4, 4-5. Ef 2, 5

V. Dios ha enviado a su propio Hijo, nacido de la Virgen, nacido bajo la ley.
R. Para rescatar a los que estaban bajo la ley. Aleluya.
V. Estábamos aún muertos por los pecados y nos ha hecho vivir con Cristo.
R. Para rescatar a los que estaban bajo la ley. Aleluya.

SEGUNDA LECTURA

De los sermones de santo Tomás de Villanueva, obispo.
(Sermón 3, de la Natividad de la B. V.M. Sermones de la Virgen, Madrid 1952, pp. 208-212).
MARÍA, ELEGIDA PARA SER NUESTRA ABOGADA

En todas las tempestades, lluvias y adversidades; si hay peste, guerra, hambre, tribulación, a ti acudimos todos, oh Virgen. Tú eres nuestra protección, tú nuestro refugio, tú nuestro único remedio, sostén y asilo. Como los polluelos, cuando vuela por encima el milano, se acogen bajo las alas de la gallina, así nos escondemos nosotros a la sombra de tus alas. No conocemos otro refugio más que tú; tú sola eres la única esperanza en que podemos confiar, tú la única abogada a la cual nos dirigimos. Mira, por tanto, ahora, ¡oh piadosísima!, la tribulación de esta tu hija, la Iglesia militante; atiende a esta familia, por la que murió tu Hijo Cristo, que yace en la tribulación, rodeada de enemigos, pisoteada por la incredulidad, sumida en el peligro; mira al pequeño rebaño, que en otro tiempo llenaba el orbe, recluido ahora por nuestros pecados. Inclina los ojos de tu piedad y mira qué malos tratos le da, cómo le desgarra ese dragón furibundo, y no hay quien pueda resistirle, ni levantar los ojos contra él. Pero fue elegida María para ser nuestra abogada: pues aunque tenemos por abogado para con el Padre a Jesucristo el justo, como dice san Juan, fue también preciso tener a la Madre como ahogada ante el Hijo. Ya que no es Dios sólo el ofendido por nuestros pecados cuando traspasamos sus preceptos, sino también el Hijo de Dios, cuya sangre pisoteamos con nuestros pecados, crucificándolo de nuevo. Y por eso, como intercede el Hijo ante el Padre, así intercede la Madre ante el Hijo. De lo cual dice Bernardo: El Hijo muestra al Padre el costado herido, y la Madre muestra al Hijo sus pechos. Por eso ha sido constituida digna abogada: digna porque es purísima, digna porque es aceptabilísima, digna porque es piadosísima; pues todo esto se requiere en una abogada.
¡Oh día feliz y delicioso, en que tal y tan excelsa Abogada se dio al mundo! ¡Oh día digno de ser celebrado con gran regocijo, en que tal don hemos recibido! —exclama san Bernardo: «Quita el sol, y ¿qué queda en el mundo sino tinieblas? Quita a María de la Iglesia, ¿qué queda sino la oscuridad?» «Ea, pues, Abogada, nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos». A ti acudimos en nuestras necesidades, cumple con tu oficio, ejercita tu ministerio. Amén.

RESPONSORIO

V. Bajo tu amparo nos acogemos.
R. Santa Madre de Dios. Aleluya.
V. No desoigas nuestras súplicas en las necesidades.
R. Santa Madre de Dios. Aleluya.

HIMNO TE DEUM

A ti, oh Dios, te alabamos,
a Ti, Señor, te reconocemos.
 
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.
 
Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
 
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
 
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.
 
Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
 
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.
 
A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te aclama:
 
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.
 
Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
 
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.
 
Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el reino del cielo.
 
Tú te sientas a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
 
Creemos que un día
has de venir como juez.
 
Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
 
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
 
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.
 
Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
 
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.
 
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
 
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
 
En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

ORACIÓN

Dios, Padre de misericordia, a cuantos veneramos a la Virgen María con el título entrañable de Madre de los Desamparados, concédenos que, protegidos por tan tierna Madre, nunca nos veamos abandonados de tu bondad. Por nuestro Señor Jesucristo.

CONCLUSIÓN

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.